Chulluncane es un pequeño villorrio dónde habitan tan sólo cinco personas. Se trata de la familia Challapa, aymaras  que se resisten a dejar este alejado rincón del altiplano chileno,  a más de 4300 metros sobre el nivel del mar en la región de Tarapacá.
Eugenio, el patriarca de la familia, sabe que el pueblo agoniza, pero se niega a verlo morir. La mayoría de las casas están vacías, la treintena de familias son solo un recuerdo, pero la historia de Chulluncane sigue viva gracias a él. Quiere incentivar el turismo y encontró una buena acogida en una agencia radicada en Iquique. Quienes llegan a visitarlos pueden compartir las labores de pastoreo de llamas y alpacas, y conocer su trabajo en telares de lana de estos animales, de los que además aprovechan su carne para la alimentación. Chulluncane roba el aliento, y no sólo por la falta de oxígeno a esa altura, sino por postales sorprendentes y poco vistas en el altiplano chileno.